LA RECIENTE seguidilla de episodios críticos de contaminación ambiental en la capital, sumada a la insólita polémica por el uso de parrillas, llevó a autoridades y automovilistas a esperar ansiosos cada noche la definición de dígitos y horarios excepcionales para la restricción vehicular. Sin duda una medida es necesaria y urgente, dados los efectos nocivos de la contaminación en salud y calidad de vida. Sin embargo, es lamentable que en pleno siglo XXI insistamos en atacar el problema con medidas tan arcaicas y discrecionales.
En las últimas semanas, el Ministerio de Transportes y Telecomunicaciones ha vuelto a plantear la restricción vehicular permanente para vehículos con y sin sello verde. La experiencia internacional indica que la restricción vehicular permanente es una medida regresiva, que tiene efectos temporales, pero a mediano plazo termina por incentivar la compra de un segundo vehículo. Para paliar este problema algunos iluminados del ministerio sugieren la venta de un “pase diario” para aquellos vehículos que requieran circular, una mala medida de mercado, tan arcaica y cuestionable como la propia restricción.
La paradoja está en que el propio ministerio a cargo del transporte también promueve las telecomunicaciones, donde la irrupción de nuevas tecnologías, sensores, redes sociales y el “internet de las cosas” está cambiando totalmente el paradigma de muchas funciones urbanas en lo que se denomina “Smart Cities.” En este contexto, vale la pena preguntarse si existirá una manera más inteligente para desincentivar el uso del automóvil en períodos críticos de contaminación, así como en zonas de alta congestión. La respuesta la tenemos en la mayoría de los parabrisas de los vehículos de la capital desde hace 10 años y se llama TAG.
¿Por qué una familia que con mucho esfuerzo compró un auto para pasear los fines de semana debe pagar la misma patente que un oficinista que maneja decenas de kilómetros a diario entre el trabajo y su hogar? ¿Por qué los recursos del pago de patentes quedan en los municipios donde viven las personas y no en las comunas por donde circulan los autos que provocan más costos en mantención, contaminación y congestión? Y finalmente, ¿por qué restringimos en forma permanente la libre circulación de algunos ciudadanos según el último dígito de su patente?
http://voces.latercera.com/2016/06/27/pablo-allard/por-una-ciudad-sin-restricciones/