EN TIEMPOS que cunde el pánico por los “portonazos”, asaltos violentos y robos en hogares y barrios, muchos vecinos recurren a medidas de fuerza como aumentar la altura de sus cierros, instalar cercos eléctricos, cámaras, globos de vigilancia y guardias privados. Lamentablemente, estas supuestas medidas disuasivas no son garantía de seguridad, y tienen efectos permanentes en quienes se ven obligados a vivir encerrados: la auto-segregación.
Este fenómeno, independiente del grupo socioeconómico donde se manifieste genera procesos de guetificación donde aumentan las desconfianzas. Parafraseando a sociólogos como Wormald, esto reduce el contacto entre vecino, produce fenómenos de microxenofobia que hacen que el “barrio se achique”, provocando que la gente se vuelque hacia adentro de sus hogares. Esto deteriora el ya reducido capital social de nuestras comunidades, genera un desaliento a la participación comunitaria y favorece, -en lugar de reducir- la sensación de inseguridad.
En este contexto cobran fuerza las ideas de la urbanista Jane Jacobs, quien en 1961 ya pregonaba que el diseño de nuestros barrios y edificios debía promover la activación de la calle en lugar de darle la espalda: tiene que haber ojos en ella, ojos pertenecientes a sus propietarios naturales (los vecinos), y evitar que las edificaciones den la espalda o tengan lados ciegos hacia la calle. Mientras más control visual y social tengamos de nuestras calles y barrios, e interactuemos con nuestros vecinos, más seguros estaremos.
http://voces.latercera.com/2015/11/16/pablo-allard/ojos-en-la-calle/