Un termino acuñado en el último tiempo es el de ciudades inteligentes. Muchos creen que se trata de ciudades llenas de circuitos, cámaras y procesadores que controlan todos los sistemas urbanos, pero el concepto va más allá de los artefactos.
Haciendo una analogía con las ciencias de la informática, esto sería sólo fijarse en el hardware de la ciudad: su infraestructura, sistemas de movilidad y múltiples sensores. Pero toda esa costosa y compleja tecnología es sólo fierros, cables y ladrillos; de nada sirve sin el software de la ciudad: la capacidad de gestión, análisis, procesamiento y optimización de toda esa información, de manera de orientar la toma de decisiones de las autoridades, operadores, prestadores de servicios, usuarios y ciudadanos.
Las tecnologías son cada vez más ubicuas, baratas, amigables y accesibles, lo que nos permite dar saltos del sapo tan grandes como el que experimentamos con la telefonía móvil. Hace 30 años los celulares eran objetos de lujo reservados a altos ejecutivos, que luego en los noventas se masificaron, demostrando que pese al déficit y dificultades para el desarrollo de telecomunicaciones análogas en nuestro país, emergía con fuerza una nueva tecnología más económica, portátil y equitativa.
http://voces.latercera.com/2014/07/14/pablo-allard/inteligencia-emocional/