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APREMIO Y COMPROMISO: la ciudad del Presidente Piñera

Recuerdo que un domingo de 2018 recibí una llamada del Presidente Piñera, citándome a la azotea del edificio Moneda Bicentenario para abordar un helicóptero de la Fuerza Aérea y sobrevolar Santiago. «Como piloto puedo ver la ciudad desde otra perspectiva. Me preocupa ver cómo hay barrios verdes, grises y café.


Necesitamos algún proyecto, más allá de un nuevo estadio o un parque, para que nuestras ciudades sean más equitativas». Así surgió la iniciativa «Corazones de Barrio», una red de centros sociales, comercio y servicios (a la manera de strip centers populares), que inyectaría presencia del Estado y oportunidades en los barrios con peores índices de bienestar territorial. Se analizaron más de mil terrenos fiscales, para luego priorizar 40 potenciales. Al final, se generó una cartera de nueve iniciativas. En pocos meses se diseñaron y realizaron los procesos de participación ciudadana, los anteproyectos y los modelos de gestión. La invitación para la ceremonia de primera piedra del «Corazón de barrio» para Pedro Aguirre Cerda se envió a todos los vecinos. Estaban citados para el domingo 20 de octubre de 2019. Llegamos dos días tarde. La violencia y destrucción del estallido obligaron a cambiar las prioridades. Un año después el Minvu tomó la posta, ampliando el programa hacia Antofagasta y Valparaíso. Con el cambio de gobierno se congeló la iniciativa y se detuvieron los pilotos. Y hoy más que nunca a nuestras ciudades y barrios les falta corazón. Sebastián Piñera visualizaba la ciudad como la plataforma donde se construye cultura cívica, cohesión social y respeto en la diversidad.
Creo que esta perspectiva se basaba, en parte, en su dominio de la historia de las ciudades, conocimiento del que a veces hacía alarde –con picardía–, luciendo su dominio de fechas o hitos cruciales de cada urbe o edificio.


Su interés urbano se enraizaba también en su compromiso con la educación y la cultura urbana, que desarrolló años antes de ser presidente a través de la Fundación Futuro, que organizaba, por ejemplo, recorridos urbanos e históricos por las ciudades. Esta inquietud también fue alimentada por su profunda amistad con importantes arquitectos nacionales como Cristián Boza y Gonzalo Mardones, con quienes organizaba viajes y expediciones para entender las distintas ciudades.


Obras y amores Una vez instalado en La Moneda, Sebastián Piñera solía repetirnos que «obras son amores». Así, al asumir su primera presidencia en marzo de 2010, y pese al desafío que planteaba la reconstrucción después del terremoto y tsunami del 27 de febrero del mismo año, el presidente se comprometió en llevar adelante una ambiciosa agenda de obras urbanas que constituyeran el «legado Bicentenario». En su quehacer, no cejaba en su afán de potenciar las oportunidades para que la inversión del Estado dejara una huella en la memoria cívica y cultural de cada ciudad. Las grandes transformaciones urbanas no están exentas de una carga ideológica –más allá de las variables económicas, políticas y sociales–, pero también son oportunidades de plasmar una visión de ciudad y sociedad.


En este sentido y más allá del afán de muchos gobernantes contemporáneos por perpetuar su figura en megaproyectos (como lo hizo François Mitterrand en París o el propio Benjamín Vicuña Mackenna para el centenario de la república), para sorpresa de muchos Piñera mostró una línea de acción diferente.
El énfasis no estaba en obras grandilocuentes, sino más bien en una nueva austeridad, donde se buscaba la recuperación para los ciudadanos de lugares tan relevantes y cotidianos como el entorno del Estadio Nacional, las riberas del Mapocho o el Barrio Cívico.


El presidente no solo instruyó a los ministerios sectoriales para llevar adelante la reconstrucción posterremoto pidiendo que: «cada localidad se recupere y quede más preparada y mejor que antes del terremoto», sino además propuso una cartera de más de 100 obras emblemáticas en todo Chile, instalando para eso una gerencia en la propia Moneda.


Su tenacidad se reflejaba en el celo con « «Me dijo `señor Allard, no podemos pasar a llevar el carácter de cada pueblo y ciudad afectada'». « «Reflexionando sobre la experiencia chilena del 27F, el profesor Jerold Kayden comentaba que `planificar es humano… implementar es divino'». « «Merecido homenaje sería que la Ley de Patrimonio Cultural llevara su nombre». que hacía seguimiento de cada proyecto o iniciativa y en las míticas «reuniones bilaterales» en las que cada ministro y sus equipos rendían examen ante el presidente, que con cuaderno, regla y lápiz rojo subrayaba y recordaba cada cifra y detalle del avance. Pero también tenía la humildad de pedir consejo, convocando a quienes más conocían de cada tema, independiente de su posición política o trayectoria. Recuperar, no arrasar Luego del terremoto y tsunami del 2010, trabajé como coordinador nacional de Reconstrucción Urbana y Patrimonial del Minvu. Nunca olvidaré cuando me convocó, a pocos días de la catástrofe. «Señor Allard, necesito que busquemos la forma de que la reconstrucción respete el patrimonio.


Tenemos la urgencia de reconstruir lo más rápido y mejor posible, pero no podemos pasar a llevar el carácter e identidad de cada pueblo y ciudad afectada». Lo que nos pedía el presidente era titánico, casi imposible, ya que a la emergencia y gravedad del desastre se sumaba el mandato de que debíamos completar el proceso en 4 años. Las principales dificultades que enfrentamos como equipo de reconstrucción fueron la dispersión y diversidad del daño. Reconstruir más de 200 mil viviendas en cerca de 20 mil localidades sin enfrentar errores o imponderables es imposible.


Pese a lo anterior, y sin contar con políticas y programas de recuperación urbana y patrimonial capaces de financiar o gestionar la tarea, se logró articular, desde cada región y municipio y confiando en la colaboración público-privada, una serie de iniciativas de reconstrucción de localidades rurales y centros urbanos, con la participación de universidades, gremios y las propias comunidades.


Definiendo los polígonos En materia de reconstrucción patrimonial, se definieron polígonos de interés histórico en medio centenar de localidades que aún no contaban con ellos, junto al Ministerio de Vivienda y con el apoyo del Consejo de Monumentos Nacionales. Los propietarios tuvieron acceso a un subsidio extraordinario de 100 UF por sobre el subsidio de reparación o reconstrucción, para así solventar el costo mayor de recuperar fachadas, corredores y galerías.


Se logró canalizar recursos provenientes del BID para la creación del Fondo Nacional del Patrimonio, que por primera vez garantizó recursos para este cometido, gracias a la gestión del Consejo Nacional de la Cultura y las Artes y la Subdere. Hoy estos recursos son permanentes en el presupuesto de la nación. También se buscó facilitar la esquiva filantropía, agilizando la ley de donaciones para que los privados pudieran concurrir al salvataje. Localidades como Vichuquén, Curepto, Nirivilo, Pumanque y tantas otras lograron levantarse desde su identidad gracias a muchas voluntades. Un rasgo poco conocido del liderazgo del presidente Piñera es que instruyó a sus ministros hacia una reconstrucción descentralizada, optando por hacer corresponsables a los más de 200 alcaldes, 6 intendentes y equipos regionales involucrados.


Esto permitió avances e innovaciones y una reconstrucción desde lo local, pero también puso en evidencia la urgencia de invertir en capital humano, particularmente en comunas rurales cuya complejidad supera su capacidad, incluso en tiempos de paz. Otra lección de este proceso fue poner en relevancia al diseño urbano como herramienta integral de desarrollo.


Pese a no existir en la ley, el desarrollo de más de 150 planes maestros de reconstrucción urbana en ciudades como Talcahuano, Dichato, Pelluhue o Constitución permitió generar una cartera de obras de más de 500 millones de dólares, que fueron más allá de la reposición de lo destruido y buscaron cambiarle la cara a varias localidades Metas ambiciosas La apuesta del presidente Piñera de poner metas ambiciosas probó ser efectiva. Como urbanista he participado en procesos de reconstrucción posdesastres desde la Franja de Gaza hasta Chaitén, y nunca vi equipos y funcionarios más apremiados y comprometidos con lograr los objetivos a tiempo. El mérito de poner metas no está necesariamente en cumplirlas, sino en desafiar al sistema para llegar lo más cerca de ellas, y el presidente Piñera tuvo el coraje y sensibilidad para hacerlo.


El presidente perseveró en su agenda de los principales centros urbanos del país, impulsando obras de carácter cívico, como la remodelación del entorno del Palacio de la Moneda y el Edificio Moneda Bicentenario, que permitieron completar la caja urbana del Palacio de Gobierno, así como el concurso internacional para la recuperación urbana del Eje Bulnes. A estos se suman la construcción de la gran bandera en la Alameda y en diversas ciudades del país.


Tal como me comentó en ese vuelo premonitorio en 2018, el presidente estaba consciente de la gran inequidad urbana, patente en la mala distribución de áreas verdes y en el mal equipamiento en las periferias de las ciudades.


Por eso impulsó el diseño y construcción de una serie de nuevos parques urbanos, como el Parque de la Familia en Carrascal (su anhelado Mapocho navegable), el Juan Pablo Segundo en Bajos de Mena, el parque fluvial Kaukaride Copiapó, los parques de mitigación de riesgo de tsunami en Dichato y Constitución.


En su segundo mandato se desarrollaron los parques Costanera de Puerto Montt, Isla Cautín en Temuco, los parques Barón en Valparaíso y Oasis en Calama (actualmente en construcción), el parque de la Ciudadanía en lo que fue el entorno Panamericano del Estadio Nacional y el flamante Mapocho Río entre Cerro Navia y Pudahuel. Son parques en áreas de alta accesibilidad o con grandes carencias de áreas verdes.


A su vez, el legado en infraestructura quedó plasmado con la construcción y pronta entrada en funcionamiento de cerca de 22 nuevos hospitales, 110 centros de atención primaria y múltiples proyectos de vivienda, transporte e infraestructura.


Implementar es divino La voluntad de comprometer fondos públicos en el patrimonio se expresó durante su gestión en acciones concretas, como la compra y recuperación del Palacio Pereira, la recuperación de iglesias del Norte Grande y las iniciativas de reconstrucción patrimonial. También en el proyecto de Ley de Patrimonio gestado durante su mandato. Pese a haber sido aprobado en el Parlamento, se mantiene detenido en el actual gobierno por presiones de grupos minoritarios. Merecido homenaje sería que la Ley de Patrimonio Cultural llevara su nombre. Su liderazgo también influyó en la promulgación de la Política Nacional de Desarrollo Urbano en 2014, tras 30 años a la deriva, sin una carta de navegación que orientara las políticas urbanas en nuestro país. Fui testigo del debate que dio origen a esta política.


A veces, las discusiones fueron tan intensas que pusieron en riesgo la continuidad de la comisión encargada, pero la voluntad del Presidente y el Minvu, así como la generosidad de varios miembros de la comisión, lograron un documento robusto que no solo fue aprobado por consenso, sino además implementado por la presidenta Bachelet en su segundo mandato, con la creación del Consejo Nacional de Desarrollo Urbano. Instancia interrumpida por el Presidente Boric por más de un año y ahora reconfigurada como Consejo Nacional de Desarrollo Urbano y Territorial. Tras este recorrido o «caminata», se me vienen a la mente las palabras del profesor de Harvard Jerold Kayden.


Reflexionando en una conferencia sobre la experiencia chilena del 27-F, Kayden aseveró que «planificar es humano… pero implementar es divino». Creo que el presidente Piñera en toda su humanidad, con sus aciertos y defectos, deja una herencia que va más allá de lo material. Lo reconocemos en sus obras, pero también en su tenacidad para hacer posible hasta la tarea más compleja. Quienes fuimos parte de este proceso honraremos su visión, determinación y legado.