Los supermercados han sido entendidos como un no-lugar por excelencia, espacios impersonales comparables con un cajero automático o un ascensor[2]. Son edificios funcionales de consumo donde el usuario se guía por carteles, consulta precios en lectores de código de barras y paga con tarjetas de crédito. La relación entre vendedor y comprador desaparece, el intercambio es reducido sólo a los productos, no hay lugar para la interacción o el intercambio de ideas y cultura, situación que es descrita como propia de los antiguos mercados de abastos: lugares que congregaban a una sociedad, otorgando identidad y reflejo histórico a su ciudad.
COLUMNA "El Supermercado ¿Oportunidad para la Arquitectura? del no-lugar a la construcción de un nuevo espacio público" por Sergio Salazar
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